El comienzo de caos de la misión del Enviado Especial de las Naciones Unidas para el Sahara, Horst Köhler, plantea cada vez más temores sobre el proceso de negociaciones, que probablemente se atasquen incluso antes de haber comenzado.
Después de una serie de reuniones con responsables en Europa, a nivel de la Unión Africana, luego en Berlín, el mediador de la ONU parece ampliar constantemente el círculo de sus consultas sin ninguna garantía de su eficacia. Un enfoque que no es del agrado de Marruecos, que considera que el tema es dominio exclusivo del Consejo de Seguridad de la ONU.
Esta posición está especialmente justificada por el hecho de que la UA ya reconoce a la República Saharaui (RASD), una entidad auto-proclamada con rapidez en 1976 por el Polisario y la Argelia de Bumedien, con la bendición de Gadafi. Y en este caso, la UA arriesga de ser juez y verdugo a la vez.
Por encima de todo, Marruecos exige que Argelia participe plenamente en el proceso de negociación, que fue el origen de la creación del movimiento armado del Polisario y que continúa financiándolo y albergando su sede en su territorio, en Tinduf.
Es por eso que Marruecos confía en el Consejo de Seguridad de la ONU, que, antes de encargar a Köhler en agosto pasado, aprobó una resolución en abril, instando a las partes a reanudar las negociaciones para llegar a un acuerdo de «solución política».
En esa resolución, el Consejo de Seguridad había subrayado la necesidad que las partes fueran «realistas» y «comprometidas». El organismo de la ONU también pide a las partes interesadas que tengan en cuenta el progreso realizado desde 2007, cuando Marruecos presentó el plan de autonomía para el Sahara.
Una propuesta que la comunidad internacional considera como una base «seria y creíble» para una solución al Sahara, pero que sin embargo sigue siendo rechazada por Argelia y el Polisario.